Mi trabajo pictórico hacía referencia a una concepción circular del tiempo, es decir, a la ausencia de inicio, nudo y desenlace; al carácter cíclico del tiempo, y a su vez, mantiene una tesitura atemporal haciendo referencia a las emociones universales, al inconsciente colectivo como realidad última. La pintura abstracta me permite despojarme de los (cambiantes) cánones de belleza y acentuar únicamente la tangente espiritual o simbólica del color y las formas. Con esto pretendo decir que entiendo la pintura abstracta como aquella presentativa y no representativa, ya que no intento representar aquello exterior mediante símbolos sino presentarlo de una manera mucho menos obvia y más afín a la subjetividad de cada uno mediante los gestos que pinto en la tela. Intento potenciar precisamente que la pintura no se convierta necesariamente en un dibujo ni en una “cosa” específica, sino que se convierta por sí misma en el propio concepto de la obra. En la necesidad misma de pintar, de reflejar aquellas emociones universales que, independientemente del tiempo o el lugar, se mantienen arraigadas al ser.
Así pues, no trato la pintura como un dibujo premeditado, sino como un escenario en donde la forma viene determinada por la silueta que deja la pintura cuando la arrastro. De esta manera, el color se hace igualmente protagonista, dotando a la obra de la energía característica del ambiente que estoy creando, permitiéndome comprobar las cosas desde la propia experiencia y dando pie a un diálogo entre color y materia.